miércoles, 14 de marzo de 2007

NOCHE SEVILLANA DE SÁBADO SANTO


Esto que les cuento ocurrió en la noche del Sábado Santo en el compás de la calle Sol.
La luna era confidente, las estrellas jugaban a dejarse ver en el telón azul del anochecer sevillano, los ecos de cornetas se difuminaban en el lienzo de los sonidos, el azahar parecía brotar desde el suelo dejando paso entre las hojas del árbol al fruto de la naranja cuando ya empezaba a apretar el calor, el aire corría más deprisa como intentando llevarse la nostalgia del momento, los muros de las casas de la calle se convertían en espejos que absorben el haz de luz de tan bella escena; un balanceo suave como el de unas manos meciendo la recién estrenada primavera de su pequeño, evitan que ni un solo varal toque la cal de sus paredes. De pronto, una oración surge desde un balcón ¿es una saeta? No, son puñales que se clavan dejando libre el sentimiento de tan añorado recuerdo entre bambalinas, plata y terciopelo. Suena una música que rompe el silencio, detiene el tiempo para que los sentidos echen a volar ¿es una marcha? No, son las estrellas que cuando jugaban a verla se detenían y exaltaban su belleza. El Varal le dice a la bambalina “hasta el año que viene, que sueñes con tu mundo de oro y terciopelo, recuerda que has sido velo de la belleza paseando por Sevilla”. El Hijo de Dios después de pasar por las angostas calles de los sentimientos y regar fé sobre sus esquinas, entra en el Santuario, la Reina de la Trinidad sigue sus pasos y llega al dintel de la puerta, suenan las campanas de bronce, el Hijo de Dios ha resucitado…y duerme Sevilla en bello sueño de canastillas y cornetas, de tambores y de estrellas.

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